Un asunto de gran importancia
¿Por qué tomarse el tiempo de reflexionar sobre las posesiones materiales en un mundo en el que parece que cada vez hay menos necesidades materiales?
Vivimos en un mundo de hiperabundancia, y hoy, para una gran parte de la humanidad, las cosas materiales no son un problema primario, sino algo secundario, que adquirimos porque sí y desechamos también porque sí.
¿Por qué es tan importante la reflexión sobre esto? Pues porque lo dice la frase que encabeza estas humildes reflexiones: las cosas, el dinero no nos dan la felicidad, y muchas veces se pueden convertir en un obstáculo para alcanzarla.
Como varios de los entrevistados se encargan de decir a lo largo de las entrevistas, vivir en un mundo de hiperabundancia no siempre significa que nuestras necesidades, reales o imaginarias van a estar satisfechas.
El tener en claro esto, el hablarlo en familia, el saber qué queremos y por qué lo queremos, el poder transmitir a nuestros hijos una educación acorde a nuestras convicciones, no son temas frecuentes de conversación en las familias. De hecho uno de los matrimonios entrevistados tiene el descubrimiento de que el anhelo del hombre por llevar a sus hijas a Disney no era compartido por su esposa, que esperaba que ellas lo pidieran, de forma tal de provocar en ellas el agradecimiento.
Las «necesidades» de nuestros hijos y los alcances de nuestros medios…
Muchas veces, nuestros hijos nos piden cosas que están muy por encima de nuestra capacidad adquisitiva. Ven que sus amigos y compañeros tienen cosas que ellos no tienen y nuestro primer impulso sería darles a ellos también todo lo que los demás tienen. De ese modo, los niños se convierten en consumidores, en impulsores de una adquisición que puede resultar innecesaria o incluso dañina.
Recuerdo un matrimonio que vino a consultarnos por su hijo de 10 años, que les pedía un celular. Decía que «todos sus compañeros» tenían un celular, y un smartphone para más datos.
Siendo, como eran, padres primerizos, no se pusieron a considerar si era absolutamente cierto que «todos» los niños de 10 años tuvieran un celular.
Tampoco se pusieron a considerar si su hijo tenía la madurez suficiente como para manejar uno, si tenían la capacidad económica como para pagarlo y luego pagar las cuentas telefónicas. Y muchas otras preguntas que se deberían haber hecho.
Pero no se hicieron ninguna de esas preguntas. Si su hijo quería un smartphone, tenían que conseguirle un smartphone, porque «los otros niños ya tenían uno» y ellos no querían que su niño fuera el «rarito de la clase». Finalmente terminaron cediendo a la «presión de los pares», y le compraron un celular pese a todas las advertencias.
Aprendizajes necesarios
Nuestros hijos se forman en lo fundamental para su vida y su humanidad entre la concepción alrededor de los 14 a los 16 años de edad. En esas edades es cuando se forman los hábitos que van a forjar en el futuro y que dependen (un poco) de nosotros como padres. Pero también de ellos, de su temperamento, de su personalidad para desarrollar el máximo potencial de sus vidas. Para sacar el mayor provecho de sus fortalezas y debilidades.
Hay un experimento que se hizo en la Universidad de Stanford a principios de la década de 1970 donde se le ofrecía a un grupo de niños de cuatro años un malvavisco si se lo comían en el momento, o dos malvaviscos si esperaban unos minutos. La mayor parte de los niños que pudieron esperar y recibir la recompensa mayor tuvieron luego mucho mejor rendimiento académico, mejores resultados de conducta y ¡mejores matrimonios!
Si bien el test fue luego cuestionado, hay una verdad subyacente: cuanto más podemos controlar nuestros impulsos, mejor control tenemos sobre nuestras necesidades, mejor desarrollo vamos a tener en nuestra vida, y mejores van a ser nuestros resultados.
Entonces, (y varios padres del documental lo mencionan) cuanto más ayudemos a nuestros hijos a luchar y trabajar por sus deseos, cuanto más los hagamos «ganarse» ya sea con su trabajo o solo con la espera paciente de no dárselo inmediatamente, tanto más felices serán en su vida.
Tanto más agradecidos serán y tanto más conscientes del esfuerzo y sacrificio serán en sus propias vidas.
¿Qué es lo que nuestros hijos necesitan realmente?
Entre las cosas hermosas que se mencionan en el documental, me parece importante recalcar algo que si bien no está dicho en forma explícita, sí resulta una prédica común de los padres: nuestros hijos necesitan primero un buen ejemplo.
Si nosotros mismos estamos corriendo detrás de la última novedad de la moda, si compramos cosas y nos damos «gustos» y después se los negamos a nuestros hijos, entonces estamos sentando un espantoso precedente.
Nuestros hijos no necesitan una grandiosa herencia material, pero sí necesitan una grandiosa herencia espiritual. De allí que lo primero que debemos dejarle es un buen ejemplo, un modo de vivir la vida que sea una pauta de excelencia para ellos. Si queremos tener hijos sacrificados, vamos a tener que sacrificarnos nosotros para que ellos vean que el sacrificio es hermoso y que darse a los demás es la obra más excelsa que podemos hacer con nuestras pobres vidas.
Si queremos tener hijos agradecidos, tenemos que ser nosotros un modelo de gratitud y mostrarles cómo las personas agradecidas son las que viven más felices. Del mismo modo, si queremos hijos que oren, debemos orar. Si queremos hijos generosos, debemos ser generosísimos.
Si queremos hijos puntuales, debemos ser puntuales. Predicando y aplicando Con cada cosa que queramos nosotros para nuestros hijos, debemos serlo nosotros primero en un grado eminente. Porque no podemos ir por la vida predicando una cosa con la boca y luego haciendo otra con nuestra vida.
Por eso es que la vida familiar es también un camino de santidad eminente. Nos obliga a dar lo mejor de nosotros mismos para ser lo mejor para el mundo, pero especialmente para ser lo mejor para nuestros propios hijos.
El documental termina con la frase de san Josemaría Escrivá de Balaguer que es hermosa por todo lo que dice, y que inspira un poco la temática del documental: «Lo que necesitas para tener una vida feliz no es una vida fácil sino un corazón enamorado».
Dejemos que esta frase cale hondo en nuestros corazones, y mostrémosles a nuestros hijos que el amor es más poderoso e importante que todas las posesiones materiales del mundo.
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